Defensa de la alegría (fragmento).

(Por Eduardo Galeano)

Hablar de alegría en medio de toda esta malaria, con tanta gente en la llaga o en la rada, ¿no suena a traición o a estupidez? Y sin embargo, precisamente por eso, hoy más que nunca la alegría es un artículo de primera necesidad, tan urgente como el agua o el aire. Nadie nos va a regalar este derecho de todos. Es preciso pelearlo: contra el propio miedo, el miedo a romper la costumbre de la pena, y contra los administradores de la tristeza nacional, que le sacan el jugo y venden las lágrimas.

Pelearlo, digo, y no por la gente, sino con ella y desde ella. Y sobre todo, con y desde la gente joven, que no tienen más remedio que irse o soñar con irse, pero que no ha nacido en macetas y que también siente el lindo tirón de su raíz profunda. Nuestros jóvenes no sólo están desesperados por la falta de pan y empleo: además, están hartos de un país que los obliga a ser viejos, un país que está de vuelta sin haber ido y que llora nostalgias de un sospechoso pasado que los jóvenes no conocieron, y que quién sabe si fue.

Pero la participación popular desencadena poderosas energías, que ni se sabe que están, y los fervores colectivos pueden ser más capaces de prodigo que cualquier mago de alto vuelo. A pesar de que está como está, maltratada, sucia, oscura y pobre, Montevideo bien podría dar una asombrosa respuesta de alegría a la tristeza nacional; y así esa tristeza se enteraría de que no es inevitable.

La ciudad tiene condiciones. Hay mucha vida de barrio, y hay vínculos comunitarios bien fuertes, que la dictadura lastimó pero no pudo romper. A diferencia de otras capitales latinoamericanas, Montevideo no es todavía una máquina para enloquecer ciudadanos. Las estrellas están envenenando, el silencio no es una mercancía de lujo y todavía la gente encuentra tiempo para perder el tiempo.

Yo me la imagino de colores. ¿Por qué no? De colores era, hasta que hace un siglo se agrisó. Y se agrisó por bobería, porque nuestros civilizados doctores pretendieron copiar a Londres y a París. ¿Por qué no recuperar, ahora, los perdidos colores? ¿Por qué no inventar una nueva ciudad de colores? ¿Por qué no formar Brigadas de Colores, que ayuden a los vecinos a cambiar las caras de sus casas, para que las casas canten? Lo hicieron los muchachos de Bellas Artes, hace unos cuantos años, en el Barrio Sur. Los vecinos pintaron, los estudiantes ayudaron. Y en unas pocas cuadras, el Barrio Sur se transformó. Fue una experiencia minúscula y fugaz, pero lindísima. ¿Por qué no hacerlo, ahora?, ¿Cuántos jóvenes se prenderían en la aventura? Quizá ésta sea una necesidad cultural tan urgente como el rescate de los museos y las bibliotecas.

Y en tren de soñar en voz alta, que mal no le viene a nadie, ¿por qué no se organizan Brigadas Verdes, que replanten los muchos árboles que los militares arrancaron en su lucha contra las subversivas tendencias de la naturaleza? ¿Y que planten nuevos árboles donde nunca los hubo? Y esas Brigadas Verdes, ¿no podrían también ayudar a quemar la basura que tapa la ciudad, y a instalar recipientes en cada esquina? ¿No podrían desarrollar, desde la gente, una nueva conciencia social de la limpieza? ¿No resultó perfectamente inútil, y además carísima, la campaña de propaganda que el Municipio hizo en ese sentido, hablando desde arriba, como un papá que da consejos?

Yo me imagino a Montevideo llena de bicicletas. ¿Por qué no ponen los carriles de una buena vez? Carriles en la rambla, en las avenidas, en las calles anchas. La bicicleta se usa poco, por el peligro de que te rompan el cráneo. Montevideo podría ser, debería ser, la primera ciudad latinoamericana capaz de reaccionar contra la religión norteamericana del automóvil. ¿Por qué no? ¿Por colonialismo mental? La bicicleta es el medio de transporte más barato, sin contar las piernas, y no envenena el aire, ni contamina el silencio, ni tapona las calles. Si hubiera carriles, el país ahorraría petróleo y mucha gente ahorraría pasajes y se liberaría del tormento de los ómnibus repletos.

Y otras cosas me imagino. Cosas que se están haciendo, y cosas que no. Centros de salud en los barrios, en base al trabajo voluntario. Y centros deportivos, en el compito que sea, porque jugar es mejor que mirar jugar. Y centros de cultura, que distribuyan productos de cultura, si, pero que sobre todo distribuyan elementales medios de producción de cultura, o sea: recursos para hacer posible la alegría de crear. Conciertos en las plazas y en las canchas, teatro en las calles, sí; y también talleres de cerámica y poesía, escuelitas de teatro y música…

Qué delirio. Me parece que estoy un poco loco. Pero como diría don Zorba, el griego, a los uruguayos nos falta un poquito de locura. Así que no me arrepiento. Porque muy racionalmente me consta que estas cosas no dependen del dinero, el dinero que no hay, ni lloverán del cielo, ni brotarán de las manos de Tabaré. Estas cosas nacerán de la gente, y sobre todo de la gente joven, si a la gente se le despiertan las ganas de hacerlas.

Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropien las cuevas de Alí Babá… Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.

El país gris, el país triste, habla un lenguaje calandraca. Es el lenguaje de la impotencia nacional, típico de los tiempos de desaliento que han seguido a los años del terror. Estamos todos aburridos de escuchar consignas y discursos que masturban a los muertos. La energía creadora se desarrolla haciendo, y haciendo juntos. La milicia juvenil no languidece por falta de ganas, sino por falta de acción. ¿Hasta cuándo vamos a seguir ofreciendo tristeza a los tristes? ¿Hasta cuándo vamos a seguir vendiendo arena en el desierto?

2 comentarios:

Aninha Kita dijo...

Me llamo Ana, soy brasileña y estudiante de español. Encontré su blog al "acaso", pero me gustó mucho. Este texto en especial me encantó por la linguaje de Galeano, pero también por su contemporanedad. Perdoname por algún error.

Grupo Liberto dijo...

Muchas gracias Ana por tu comentario, en el cual no hay ningún error.
Es cierto lo que dices sobre la contemporaneidad del texto. Es complejo y bello a la vez observar que muchas personas, tanto hombres como mujeres, han podido observar una realidad que está frente nosotros, pero de ahí nace el dilema ¿Cómo aún no se cambian cosas en las sociedades del mundo? ¿Acaso el poder del dinero es mas fuerte que el poder de nuestras convicciones y nuestra dignidad? ¿Acaso los poderosos hechos en base al "codazo" dado a sus compañeros son tan poderosos como para mantenernos a todos embobados?
Personalmente pienso que no y espero no estar equivocado, de todas formas uno debe tener la fuerza para lograr construir sociedades mas justas, mas equitativas, mas libres...
Quiero aprovechar de comentar una gran perdida, la muerte de Mario Benedetti, es por ello que cito una frase que está en este fragmento “…estamos aburridos de escuchar consignas y discursos que masturban a los muertos…”, ¿por qué lo comento?, porque lo mas probable es que en estos días escucharemos, leeremos, o veremos en la televisión muchas personas que se jactarán de dicho personaje, pero sin embargo pienso que el mejor mensaje y la mejor acción que podemos realizar nosotros, los que no nos tragamos su cuento, es el de seguir luchando.


Miembro de Grupo Liberto y Z Rebelde.